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martes, 8 de junio de 2010

El Decreto




Vestido de pecado se sacude la sien, húmeda de culpa,  proveniente de la fractura en su alma, esa que dilata en reparar, esa,  la ancestralmente icónica.  Se arrodilla frente a la imagen y persigue en su mente la poca fé que le queda, a cuenta gotas la persigue hasta quedarse jadeante frente al altar, con sus manos extendidas como signo de rendición.

Desmayado del cansancio espiritual y en silencio,  intenta impacientemente ponerse de pie, sosteniéndose ansiosamente de la butaca de recolección, de la albacea del dinero de sus farsantes cómplices.

- Yo creí NO SER….mas SOY…YO SOY…! – soltó en un grito desaforado.

De su pecho, tres llamas blancas envueltas en un resplandor violeta quemaban sus retinas haciéndole llorar insaciablemente. Sus lágrimas, sucias, cual tinta de la noche sesgaban un sendero por sus ropajes raídos, trazando esquemas alegóricos de salvación.

De su boca millones de insultos emergían de lo profundo como engendros amorfos, que acumulados entre los dientes, detrás de la lengua y aferrados a su garganta como costras añejas se habían guarecido en él como hogar vendido.

En su frente un brillante ojo azul, transparentemente invisible a la percepción física, fulguró en índigo resplandor y de su espalda brotaron victoriosos dos pequeños gajos en forma de col, que amodorradamente se retorcían con animo mañanero, expandiéndose, despertándose a la luz, al son de las llamas en su pecho agitábanse danzantes.

-Radiante y brillante, sin impurezas ni limitaciones, sin edad ni tiempo ni imperfección. -

 - YO SOY-

- Y pensar que lo único que hacía falta era admitirlo- pensó.

Agitó sus alas y voló.-

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