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domingo, 26 de septiembre de 2010

Yo



Yo.



Yo no era quien para quebrarle el espejo en la cara, dos o tres rondas mas hubieran hecho la diferencia, pero eso no cambiaba el hecho de ser un imbécil. El rió y quitándose el pelo del rostro como movido por la satisfacción, se levantó de la mesa rumbo a su habitación escaleras arriba. La cruz de plata en sus manos llevaba el ritmo con la madera del maneral hasta que el sonido despareció en la penumbra.


En aquellos días todo el mundo se quejaba sobre si era una declaración urgente o no el irse en huelga, si la gente lo soportaría, el frio de ese invierno que tanto había durado, del desempleo, de cómo se nos agotaba la energía vital, del uso indistinto y malogrado de la palabra amor. Ya nadie vive de promesas, tal vez de mentiras, esas si han sostenidos a mas de algún inocente colgado de una nube de brisa.


Frente a mis ojos pasaron varias cosas que decir, pero nunca pretendí decirlas en voz alta, demasiada tinta se derramo hace dos días, tinta que ahora necesitábamos de nuestro lado. Suspiré, -Creí poder ganarle- pensé.


A veces no se que digo, ni que pienso, ni de donde sale tanta letra; ni si existo o si realmente me pinto el presente con el crayón vasto de mi viaje cerno. Vaya lastre el que arrastro, lastre de mar y margaritas, se deshojan, se despintan, se vuelven ceniza en mis manos claras, en mi muslo tierno, en mis alas blancas, se vuelven amor y descontento y todo con aroma a flor, todo con el pegamento del intento. Me he bordado yo misma mi destino en las retinas. Él lo ha visto en mis ojos y yo no he podido ocultarlo.


No se que acarreará, no se que invento me mojo en la candente seda de su veneno, quedando mi subconsciente al rojo intenso del rencor, a la espera de una lluvia temprana que me sumiera en la esperanza.


Ya nadie quiere pensar, todos me miran con preguntas en sus ropas, me arrojan miradas que se acumulan en mi mesa, vaya obligación! Intento pensar en culpables y sirenas. Fallo. Me froto las manos, inconforme.


En realidad, soy yo, esa ha sido en verdad mi decisión.


Con un movimiento suave de cabeza les di a entender que lo haría, aliviados pero todavía perturbados volvieron a sus elixires de ficción. Yo con mi cabeza baja me envolví en desolación. Quién diría que esto terminaría aquí, dándolo todo por los que nada han dado?


Me levanté llevándome al hombro su pañuelo, aspiré quedamente su olor a madera de sándalo y sonreí mientras sentía su salada afirmación explorarme la cara. Caminé a la puerta sintiendo el peso de sus respiraciones bajo mi piel. La oscuridad me golpeó la mejilla al cruzar aquel umbral, ese olor a decadencia, el polvo pegándose al sudor nervioso, las hojas muertas acumulándose en sus puertas


- Seguro no lo extrañaré- me dije y continué al centro de la avenida desierta. Cerré mis ojos y sentí millones de llamas blancas quemarme el pecho. Sobre mí, un fino y azul torrente que se adentraba al centro de mi frente. Abrí mis brazos y en un poderoso segundo se sintió un estallido sordo golpear cada habitante en sus grises corazones.


Un latir profundo y conjunto se escuchaba sonar. A lo lejos, desde lo profundo, desde hace tanto que no podían recordar, sus ojos como luciérnagas en la tarde que cae, encendieronse de una llama intensa.


En el cielo, una esfera de fuego fulminante, con sus cálidos rayos de nirvana borraba la añeja oscuridad.

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