En un segundo, ella alzó los ojos.
Goteando en su pelo, una estrella,
talvez de memorias cristalizadas
de algún cometa que ella
se empeñaba en amarrar
a la hebra mas corta de su pelo.
Ya no le extrañaban estas cosas.
En su pelo convivían dragones esmeraldas
flores de loto, torogoces y feroces jaguares,
incluso, pequeñas llamitas incendiarias
demasiado tímidas para consumir su voz,
algún otro zorro rojizo con complejo felino
que jugaba a enredarse en los recuerdos
como si se tratase de una bola de estambre.
Cometas y zorros
de eso se trata la vida
tan fugaz como la sonrisa.
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