Elisa, pálida y éterea como fleur de lys. Se le solía escapar una resquebrajada y atípica sonrisa, hueca , sin mucho cuerpo, audaz e inocente. "Una guitarra de 3 cuerdas", decía al reír el obrero que la vigilaba enfrente. Y en su cara como foco se iluminase la verguenza de repente, dejándola mas silente y pensante que dos navegantes sin voz, ni sextante.
Su mirada baja se gastaba la acera despintada de la calle Cuenca, el número bajo sus pies, la única pauta para cualquier transeúnte para identificarla como una heredera de la "dinastía" Cohenski, ese número y sus largas trenzas de fuego que humeaban su cara ruborizada.
Un "chucho" que por ahi pasaba , quedosele viendo como si mirara un banquete en brasas, con ávida y serena ambición la recorría en seco. Sus ojos timidos brillaban y jadeante se acercó hasta la raquitica pierna de tan enfermiza infante. La miró directo a los ojos y por sus dos torres de piernas comenzó a balancearse, danzando las caricias de todo un minino carroñero. Ella que miraba sin mirar, sorprendida por la sensación, dejo de respirar. Por su mano rodaron una docena de escalofríos enjaulados que violaron todo espacio en su piel de algodón. Temblores quebraron armonías, huesos y sueños de chiquilla como pompas de jabón. Por su voz trepaban jadeantes alimentandose tres o cuatro besos que le rondaban la boca sin pudor. Y sus senos como brotes de manzana madura despertaronse pidiendo a carcajadas el sol. Su pelo incendiado fue quemando poco a poco su estigma de color, concentrándose en gotas en su garganta agitada.
Ella, en su éxtasis difuso, en lo borroso de su aliento, dejó caer de su boca una finísima pluma, que en su tinte crepuscular de naranja, olía a fruta, jugosamente elegante caía resuelta.
El chucho presintiendo su entrada, de una engullida tragose la hebra misma de su tansformación. Satisfecho y complacido siguió su paso y se perdió al doblar la esquina que daba al callejón.
El obrero que sin pestañear le miraba, su boca limpió de manera automática , al mirar la mujer que frente a él se encontraba. La frondosa melena negra le llegaba a la cintura contoneándole las curvas de su voluptuosa presencia. Ella como saliendo de trance, le sonrió. El tiempo se congeló en sus ojos, los hombres enajenados le contemplaron sin hablar por 3 segundos y medio, y luego, como el amanecer de un complot místico, la mitad de los hombres de la calle continuaron andando, sintiéndose extrañamente alegres y relajados e ignorando lo sucedido; la otra mitad no pudo recobrar la cordura jamás.
Dicen que todavia LAS hay quienes deambulan esperanzadas sobre el número 30 de la calle Cuenca , siempre cuando mayo se acerca, para ver si algún "chucho" les ayuda a encontrar su belleza y la libertad.
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