A mi quimera predilecta.
Soy la hija del tiempo. El día de mi nacimiento conocí el purgatorio con todo y sus llamas inconclusas, que calcinan sin duda en igual magnitud. Sin quejarme, inmunidad me floreó de la espalda lozana, se me decoró con algunos cortes en diagonal, que para variar llevan a la luz.
Mis alas, retoños de cielo y luna se formaron de suspiros nocturnos, de visiones en germen y de un “hoy” tórrido encendido y tortuoso. Mis ojos eran calderas donde se fundían los sueños mas excéntricos, mas exagerados. Y tus ojos buscaban los míos queriendo contagiarse de tan solo un poco de lo vertiginoso en mi, de la vertiente de magia que suelo desatar cuando te miro.
Te puedo contar que he volado junto a los maestros de la luz, en ese mundo donde me siento libre, ahí donde no estás, donde no t encuentro. Y presiento sea señal que inútilmente he tratado de ignorar. Pero dime, Como ignorar una montaña que se mueve a zancadas?
Con mis manos circundo palabras ermitañas, se esconden tímidas entre los vaporosos velos de mi sonrisa de chiquilla, esa que no me puedo quitar con el tiempo, ni con las heridas de vida, la que permanece indolente conforme mi padre pasa.
Lo que mas temo es que estas manos se vuelvan esclavas de tu nombre recurrente mas veces de lo que hubiese deseado, que como océano rebelde pretenda alzar velas sin poder evitar el regreso indecente de mis pétalos de labios al terciopelo de tu piel literaria.
Yo me he cuidado de tus espinas hibernales que se alzan solemnes entre mis pies descalzos, muy a pesar de esta lluvia tibia que provoco a tu derredor, que ineludible te desnuda de ficciones, de las privanzas de tus susceptibilidades, de tus egos malabaristas, te quedas impío y tácito como ave de montaña, como río que susurra quereres, como aquel silencio que llena el espacio de dos con historias sin miedo.
Yo te conocí de esa manera, con la frente grávida de atardeceres, con tus manos sosteniendo la deriva de tu pasos, con tus ojos desgajándose de mi mirada. Pero fue tu palabra, tu proclamación infame la que cavó la negrura de tu voz, la que robó la fuerza de tus brazos de piedra caliza, la que ataja la trama de tu viaje silente, la que cínica amarra tu potestad a su cintura.
Yo, testigo de tu naufragio te lanzo mi luz, mis manos con puñados de voces de vida a los cuales pareces ser ya inmune. Que impotencia! Que desgracia! Nada se compara al día en que derramé mi última lágrima por ti, cuando todo el mundo actuó su silencio agónico como teatro sin puertas, secreto a voces de mi luto de verdes constelaciones. Ese día ni mi tinta de yerba planto semilla.
Soy hija del tiempo, viajera de invierno y hacedora de luz. Navego este mar oscuro pescando letras en la inmensidad de mis demonios con el único afán de leerte una vez mas …
…en este mi Barco de Luz.
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