Tú, la mas pura, la indeleble,
La médium del resplandor de sus ojos,
De su extrañeza diaria, de su surrealismo;
Capturas su esencia
En tu paréntesis cáustico.
Denegar tu abstractismo, tu sublimidad,
Sería respirar las esporas de un mundo inamovible,
Que flota ausente en el engaño.
Mas, Imposible quitarse la síntesis
de la verdad, de la boca iluminada.
Él, frenesí de una imagen que congela,
Que frívola hace tremolar con cada roce de sus hojas,
Con el pesar de su cercanía,
Con el espectro de divinidad que le ronda,
A cada manifestación indecorosa.
Él es, en resumen, una saturación de sensaciones,
En color, en relieve, que se fraguan incandescentes
En la piel del peregrino.
Ella y el se reproducen en el infinito.
Fecundando luz, sabiduría y éxtasis.
Traslucidas películas de una revelación anticipada.
Exorcizando los imposibles de su vaina experiencial.
Sobre la escarcha de una mirada briznada de amor,
Sobre la amistad truncada por descaro,
Sobre predadores sin entrañas,
Sobre niños sin sonrisa,
Sobre cada electrón,
Sobre bruma, mar, penumbra,
Sobre el mas sincero de los abrazos,
Sobre la mas triste de las despedidas.
Están.
Mueren y vuelven a resucitar,
Como flor de un día
Se renuevan en poética danza
Sobre tu misma deidad
Sobre la luz en ti y su oscuridad.
Bailen valientes príncipes del destino,
Dancen receptores de sueños,
Lleven la desmesura de sus pasos
Hasta el hangar eterno.
Y lleven consigo mi esperanza inoxidable,
Mi coraje, el vértigo de mis palabras
Y su retina fugaz,
Sus interrogantes y la sal de todo mi universo.
Yo he de esperar con vuestro regreso,
Con mis manos alzadas al cielo,
La abolición de todos mis miedos.